Cuando pensamos en los fenómenos migratorios, pensamos en el movimiento, en el flujo de personas que se mueven sobre la superficie de la Tierra en busca de pastos más verdes y una vida mejor para sus familias. Pero la migración también nos hace pensar en conflictos y amenazas, en hambre y desesperación en busca de supervivencia. Históricamente, la guerra ha sido una de las principales razones por las que las personas emigran y la razón por la que hay refugiados. La inestabilidad, la falta de seguridad y perspectiva en países como Siria, Irak y la República de África Central han hecho que en los últimos años millones de personas hayan tenido que huir de sus hogares, lanzándose en una búsqueda desesperada de refugio más allá de las fronteras de su tierra natal. Además, también están aquellos que se ven obligados a migrar a otros países debido a las consecuencias del cambio climático en la Tierra; este fenómeno al que nos referimos como “migración climática”.
Algunas naciones insulares, como Kiribati, ubicada en el Pacífico central, son las que más sufren los impactos de estos cambios, especialmente el aumento de los niveles de las mareas. Los desastres naturales son cada vez más frecuentes, lo que exige intervenciones de emergencia que tienen poco que ofrecer a largo plazo. Se cree que durante los próximos 30 o 40 años, Kiribati estará bajo el agua. Este es solo un ejemplo del estado de calamidad en el que viven hoy muchas naciones del mundo, una consecuencia directa de los efectos secundarios del calentamiento global y el cambio climático resultante.
Aunque los países insulares son los que están más amenazados de desaparecer, como Kiribati, poco se dice sobre los efectos del cambio climático en el continente africano. Aunque solo aporta alrededor del 3% de las emisiones globales de CO2, África se está viendo afectada de manera desproporcionada por las consecuencias del calentamiento global. En este contexto, cuando hablamos de migración climática, debemos ser muy conscientes del papel que puede desempeñar la arquitectura en la promoción de la calidad de vida de las numerosas comunidades de “refugiados climáticos” en todo el mundo.
El sudeste de África ha sido una de las regiones que más ha sufrido la sequía en los últimos años, un fenómeno que últimamente ha provocado una gran afluencia de migrantes intercontinentales al este de África. Muchos de ellos fueron trasladados a campos de refugiados mantenidos por las Naciones Unidas, como el Complejo de Refugiados de Daadab en el noreste de Kenia. Sin embargo, la situación política en muchos de estos campamentos a menudo impide que los refugiados tengan acceso a los recursos más básicos. Espacialmente, campamentos como estos no siempre son espacios acogedores, la mayoría de los cuales se organizan en simples hileras de carpas, ciudades incapaces de crear ningún sentido de pertenencia y comunidad.
Y no termina ahí. En busca de mayores oportunidades económicas, los refugiados climáticos abandonan sus campamentos y se dirigen a los centros urbanos, que se ven sometidos a presión porque están mal equipados para manejar la afluencia de migrantes. La ciudad de Nairobi, por ejemplo, alberga alrededor de 81.000 refugiados, pero además de ese número, también hay migrantes internos que se han mudado de la Kenia rural a la capital, ya que las sequías causan estragos en los medios de vida de los cultivos. Nairobi, a su vez, se enfrenta a un aumento de los asentamientos informales, con un segmento importante de su población que no puede acceder a instalaciones de saneamiento adecuadas o al suministro de agua para el consumo doméstico.
La esperanza, sin embargo, está definitivamente en el horizonte. Proyectos innovadores como la Escuela Flotante de Makoko en Lagos, Nigeria, aunque colapsó en 2016, siguen siendo prototipos útiles para dar forma a un continente africano resistente al clima. Vale la pena recordar que los países del hemisferio sur contribuyen poco al calentamiento global en comparación con las naciones ubicadas por encima del ecuador. Por ejemplo, la persona promedio en el Reino Unido emite 8,3 toneladas de dióxido de carbono al año, mientras que la persona promedio en Ruanda emite solo 0,09 toneladas en el mismo período.
Las nuevas tecnologías y los sistemas de construcción inteligentes probablemente ayudarán al continente africano a mitigar los efectos del cambio climático y, en consecuencia, la migración climática. Aún así, es importante tener en cuenta que el calentamiento global es un problema global y, como tal, solo se puede abordar de manera efectiva si todos y cada uno de nosotros nos unimos en busca de un futuro mejor para todos.
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